Lo único que la cubría era una corta falda de vuelo y un
sujetador que oprimía sus pechos. Se arrodilló entre las piernas de él y
comenzó a desnudarle. Sus manos buscaban ansiosas la bragueta intentando
liberar toda aquella tensión que allí se contenía. Él la observaba en la tarea
y se limitaba a disfrutar. Los ojos de ella se abrieron sorprendidos y,
acompañados de una traviesa sonrisa, se clavaron en los de él, al encontrar lo
que parecía el botín más ansiado.
Enseguida, casi sin darse cuenta, se vieron envueltos en
pleno orgasmo. En un acompasado ritmo que los empujaba hacia el delirio una y
otra vez. Jamás podría olvidar aquella mirada: esos ojos verdes penetrándola
con una intensidad aún desconocida para ella. Pudo sentir como la atravesaba el
alma, como desgarraba sus pensamientos hasta llenarla de un vacío impropio de
su mente. Acababa de entregarse en su totalidad a esas pupilas dilatadas y
brillantes que la estaban lanzando a una nueva dimensión de placer.
Había quedado atrapada en esos ojos, probablemente de manera
indefinida, porque una semana después seguía sintiendo ese ardor en el pecho al
recordarlos. Nunca antes nadie había llegado tan dentro de ella de un simple
vistazo. Quizás nunca antes nadie hubiera querido llegar tan dentro como él.
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