“El amor, el amor,
creo en el amor por encima de todo, el amor es como el oxígeno, el
amor es esplendoroso, el amor nos eleva a nuestra esencia. Todo lo
que necesitas es amor... Una vida sin amor no es vida.”
Así empieza el mayor
canto al amor que jamás he podido oír. Un canto bohemio que inspira
mi forma de sobrevivir a esta macabra aventura a la que llamamos
vida. Y es que no habrá nada que me haga mirar a través de otro
ojos que no sean los del amor. Y es precisamente, en estos momentos
de intenso dolor, cuando más creo en ello pues ¿acaso hay algo más
característico del amor que el puro sufrimiento? Ese dolor tan
fríamente afilado que quema cada rincón de tu alma. Un dolor que
golpea una y otra vez, sin darte un respiro, con tal fuerza que a
veces incluso dudas que seas capaz de volverte a levantar. Te remueve
las entrañas. Las piernas te flaquean. Oprime tu pecho hasta dejarte
sin aliento. Qué tortura tan dulce cuando es la marca de tus besos
aún en mi cuerpo la que abrasa mi piel. Tu olor todavía impregnado
en mi ropa se adhiere a mi en un intento de sobrevivir al olvido.
Pero qué olvido si con cerrar los ojos te tengo frente a mí, en una
cruel fantasía que me recuerda cuánto te quise, cuánto te quiero.
Este dolor no es nuevo en mí, pero sí la herida que se abre en este
corazón magullado anhelante de amor. Una cicatriz imborrable
dibujada en mi alma con un reguero de besos y caricias. Hay marcas
que jamás desaparecen, como mi amor por ti, incrustándose en las
profundidades más intrínsecas de mi ser, allá dónde el placer
muere aplastado por el dolor. Es precisamente ese dolor el que jamás
permitirá que deje de creer que no hay nada más maravilloso en este
mundo que AMAR a alguien. Y es que si renuncias al amor, estarás
renunciando a la vida.
Ama hasta que te duela,
porque si no duele no es amor...
“Si hay algo de lo
que sé, es del amor, quizá porque lo anhelo intensamente con cada
fibra de mi ser”.