18 de junio de 2014

Entre polvo y polvo


Una gota se deslizaba por la curva de su pecho, dejando un rastro húmedo a su paso. Los jadeos aún se mezclaban con los últimos besos mientras las manos del uno recorrían el cuerpo del otro todavía acalambrado. Sus corazones no habían dejado de latir a un ritmo frenético y sus lenguas empezaban a enredarse otra vez. Las caricias se convertían en marcas en la piel y los jadeos en gemidos ahogados. Su boca recorría el cuerpo de él con desesperación, devorando cada rincón con un hambre insaciable. Sus cuerpos ardían, juntos, pegados, a un mismo ritmo, cada vez más rápido, cada vez más fuerte. 
Estaban ya empapados, sus pieles resbalaban y les costaba agarrarse. Por eso cambiaron las caricias por golpes y embestidas. Necesitaban sentirse cada vez más juntos. La cama crujía como a punto de partirse y los gritos retumbaban contra las paredes. Ella clavaba sus dientes en el hombro de él, en un intento de soportar aquella sensación que se movía entre el dolor y el placer, y que la estaba dejando sin aliento. 
De pronto lo sintió, ahí estaba otra vez, ya subía por sus piernas y estaba alcanzando sus caderas haciendo que se movieran cada vez más rápido. Ya está. Ya había invadido todo su cuerpo. Se agarró a él con fuerza y se dejó llevar por las sacudidas de su cuerpo convulso. Cayó exhausta entre sus brazos, como deshecha. Entonces fue cuando él la liberó de aquella tensión y dejó que ahora su placer fluyera por la piel de ella mientras se mezclaba con el sudor de ambos. Se derrumbó sobre su tembloroso cuerpo, aferrándose a su pecho con necesidad. Le encantaba tal y como la tenía allí, desnuda, frágil, débil y empapada... Suya.