Recuerdo aquel día como si fuera ayer
mismo: una más que calurosa tarde de verano. El destino decidió
poner en mi camino a un niño. Pero no era cualquier niño, aquel
emanaba una vitalidad cuanto menos contagiosa, sus ojos desprendían
una luz tan brillante digna de una mañana de Navidad. Y qué decir
de su sonrisa... bendita sonrisa. Le faltaba cara para abarcar tanta
alegría. Tan solo pude contemplarle unos minutos antes de que
desapareciera, aunque suficientes para activar algo dentro de mi.
Ese algo fue creciendo, probablemente
en forma de obsesión. No podía dejar de pensar en él, hacía todo
lo que fuera por volver a cruzarnos de la manera más casual posible.
Su mirada, a veces tímida, y su sonrisa, siempre cautivadora,
empezaron a despertar en mi cierto amor incondicional hacia él. De
su mano comencé a descubrir su mundo, un mundo de maravillas, de
magia, un mundo donde todo era posible, donde él hacia que todo
fuera posible. Diría poco a poco, pero la verdad es que fue mucho
más rápido y precipitado de lo que nunca hubiera imaginado, cuando
quise darme cuenta ya formaba parte de él. Cual presa de un hechizo
yo le seguía allá por donde fuera, mientras hacíamos camino
juntos, descubriendo lugares, a veces recónditos, pero siempre desde
esa perspectiva tan mágica. Lo que empezó siendo todo un
descubrimiento acabó convirtiéndose en una forma de vivir. Jamás
hubiera pensado que aquel niño iba a darme tanto...
Quizás demasiado... Pero la realidad
en su estado más puro (duro) se plantó en mitad de su camino para
hacerle dudar incluso de lo que él entendía por real. Esa niñez
que le caracterizaba, y que tanto me apasionaba, esta vez le jugó
una mala pasada. Arrasó de lleno los pilares del mundo en el que
vivía ajeno a toda realidad, destruyendo al niño de ojos brillantes
y sonrisa eterna. Un adulto rodeado de escombros dentro de un mundo
que parecía no entender es a lo que tenía que enfrentarse. No
parecía muy dispuesto a hacerlo, pues no encontraba el cómo. No
importaban las palabras que pudiera dedicarle, ni las manos que
intentara tenderle, todo era en vano, él ya había perdido la
“chispa”.
Ahora soy yo la heredera del mundo que
él me descubrió, mundo en el que los límites solo estaban en
nuestras mentes. Es por eso por lo que jamás dejaré de intentar que
regreses aquí conmigo, porque sin ti esto no brilla de la misma
manera.
Creo que cada vez está más cerca,
puedo sentirlo. Solo un click...