9 de marzo de 2016

Amanecer


La asfixia llegaba a sus pulmones cada vez que respiraba. La oscuridad inundaba su mente con cada abrir de ojos. La angustia se instalaba en su estómago. Su corazón se teñía de negro.

Sólo él conocía la agonía de despertar cada día. La luz de la mañana le golpeaba haciéndole recordar lo miserable de su vida. La cama ejercía ese poder magnético y las sábanas caían como una losa sobre él. Podía pasar horas mirando a un techo que cada vez le oprimía más. Pero no sólo se trataba del paso del tiempo –la pérdida de tiempo-, sino más bien de esa espiral agónica que acudía rápidamente para darle los “buenos días” y que se encargaba de pudrir una jornada que ni siquiera había empezado.

Aun así, no todo era rendición. En esas estúpidas mañanas de tiempo muerto, la batalla que se libraba en aquella mente era digna de ser relatada. Cada golpe, cada reproche dolían más cuando venían de uno mismo. Era su propio concepto el que le aplastaba. Una lucha titánica de la que salía cada vez más herido, dejando una mente casi tullida a punto de derramarse.

Los rayos de sol se clavaban en su piel intentando arrancarle de tanta negrura. Pero aquellos pensamientos eran demasiado espesos como para permitir que entrara la luz. Tan sólo alguno de sus sueños era capaz de poner algo de brillo entre tanta tiniebla, aunque últimamente parecía que ese brillo también se estaba apagando. La desidia, la apatía y la pena se habían instalado en su alma, llevaban demasiado tiempo ahí. Al parecer ya formaban parte de él...




Imagínense cuánta tortura, sólo se trataba de un hombre intentando levantarse un día más.