15 de junio de 2013

Érase una vez


Recuerdo aquel día como si fuera ayer mismo: una más que calurosa tarde de verano. El destino decidió poner en mi camino a un niño. Pero no era cualquier niño, aquel emanaba una vitalidad cuanto menos contagiosa, sus ojos desprendían una luz tan brillante digna de una mañana de Navidad. Y qué decir de su sonrisa... bendita sonrisa. Le faltaba cara para abarcar tanta alegría. Tan solo pude contemplarle unos minutos antes de que desapareciera, aunque suficientes para activar algo dentro de mi.

Ese algo fue creciendo, probablemente en forma de obsesión. No podía dejar de pensar en él, hacía todo lo que fuera por volver a cruzarnos de la manera más casual posible. Su mirada, a veces tímida, y su sonrisa, siempre cautivadora, empezaron a despertar en mi cierto amor incondicional hacia él. De su mano comencé a descubrir su mundo, un mundo de maravillas, de magia, un mundo donde todo era posible, donde él hacia que todo fuera posible. Diría poco a poco, pero la verdad es que fue mucho más rápido y precipitado de lo que nunca hubiera imaginado, cuando quise darme cuenta ya formaba parte de él. Cual presa de un hechizo yo le seguía allá por donde fuera, mientras hacíamos camino juntos, descubriendo lugares, a veces recónditos, pero siempre desde esa perspectiva tan mágica. Lo que empezó siendo todo un descubrimiento acabó convirtiéndose en una forma de vivir. Jamás hubiera pensado que aquel niño iba a darme tanto...

Quizás demasiado... Pero la realidad en su estado más puro (duro) se plantó en mitad de su camino para hacerle dudar incluso de lo que él entendía por real. Esa niñez que le caracterizaba, y que tanto me apasionaba, esta vez le jugó una mala pasada. Arrasó de lleno los pilares del mundo en el que vivía ajeno a toda realidad, destruyendo al niño de ojos brillantes y sonrisa eterna. Un adulto rodeado de escombros dentro de un mundo que parecía no entender es a lo que tenía que enfrentarse. No parecía muy dispuesto a hacerlo, pues no encontraba el cómo. No importaban las palabras que pudiera dedicarle, ni las manos que intentara tenderle, todo era en vano, él ya había perdido la “chispa”.

Ahora soy yo la heredera del mundo que él me descubrió, mundo en el que los límites solo estaban en nuestras mentes. Es por eso por lo que jamás dejaré de intentar que regreses aquí conmigo, porque sin ti esto no brilla de la misma manera.

Creo que cada vez está más cerca, puedo sentirlo. Solo un click...



1 comentario:

  1. Es una historia muy hermosa, es la historia de toda persona que sube el último y dificil peldaño hacia la vida de adulto, y se necesita tiempo para adaptarse a ella, lo bonito es cuando te das cuenta que en esa transición no lo has perdido todo y en el fondo, seguimos llevando un niño dentro...

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