11 de noviembre de 2014

Alberto


-¿Puedo volver a verte? –le pregunté. Mi voz sonó suave, incluso entrañable.
-Claro –me contestó sonriendo.
-¿Mañana? –le pregunté.
-Paciencia, pequeña –me aconsejó-. No querrás parecer ansiosa…
-No, por eso te he dicho mañana- le contesté-. Quisiera volver a verte hoy mismo, pero estoy dispuesta a esperar toda la noche y buena parte de la mañana.

Y pensar que, tal vez, esa ansiedad sea la más clara señal del amor. Cuando en la ausencia las horas parecen días, los días meses; cuando en cada encuentro el reloj corre como desesperado por convertir cada instante en pasado. Con cada despedida comienza una impaciente cuenta atrás que se alarga hasta el nuevo y esperado contacto.

Y es que enamorarse no tiene mayor mérito. Lo realmente difícil –no conozco ningún caso-, es salir entero de una historia de amor. Pero puede que esta vez merezca la pena arriesgarse, puede incluso que merezca la pena romperse. Puede que sí, al menos cuando siento que con cada uno de tus besos se borra una de mis cicatrices.

Debo decir que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido. Que nunca intentaré olvidarte, y que si lo hiciera, no lo conseguiría. Que no me canso de mirarte y que te siento mío con solo verte de lejos. Que adoro tus lunares y tu boca me parece el paraíso. Que te quiero. Y que creo que te quise desde el primer instante en que te vi. Porque contigo no existen los tiempos preestablecidos. Llegaste y arrasaste como un huracán, pero a diferencia de él, dejando mucho más de lo que te llevabas. Te daría las gracias por haber aparecido en mi mundo, de esta manera, en el momento más oportuno. Pero creo que mereces mucho más que simples palabras, así que prometo querer todo eso que para mí significas, para siempre, que como dice mi amiga, tampoco es tanto tiempo.

Porque en eso consiste amarte: ponerme en tus manos sabiendo que podrías destrozarme y aun así confiar en que nunca lo harás.



1 comentario: