Un ridículo
pasado tan breve como la décima parte de mi vida. Así es como despierto cada
día, con un martilleo que me lo recuerda nada más abrir los ojos. Meses de
tinieblas se acumulan a mis espaldas, si, creo que hoy se sumará un día más. Y
es que para qué volver la cabeza y mirar hacia atrás cuando lo único que alcanzas
a ver son sombras, aquellas que me persiguen incluso mientras duermo. Sombras
que entierran el camino que he recorrido durante mis veinte años, como si nunca
hubiera dado un paso. Sombras que me alumbran con una tenue luz como la que
entra por mi ventana, luz que se cuela a través de ese mar grisáceo de nubes
que lleva años tapando el azul verdoso de mi cielo. Simples metáforas que no
logran definir la angustia que me acompaña al comprobar como todos sois capaces
de contemplar vuestro cielo despejado.
Pero qué difícil es
seguir el camino cuando lo único que te acompaña, la soledad, se encarga de
asfixiarte a cada paso que intentas dar. Cuando enturbia tu mente bañándola con
una locura casi adictiva, cuando convierte el amor en obsesión, los celos en
ira…
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