31 de marzo de 2012


Un ridículo pasado tan breve como la décima parte de mi vida. Así es como despierto cada día, con un martilleo que me lo recuerda nada más abrir los ojos. Meses de tinieblas se acumulan a mis espaldas, si, creo que hoy se sumará un día más. Y es que para qué volver la cabeza y mirar hacia atrás cuando lo único que alcanzas a ver son sombras, aquellas que me persiguen incluso mientras duermo. Sombras que entierran el camino que he recorrido durante mis veinte años, como si nunca hubiera dado un paso. Sombras que me alumbran con una tenue luz como la que entra por mi ventana, luz que se cuela a través de ese mar grisáceo de nubes que lleva años tapando el azul verdoso de mi cielo. Simples metáforas que no logran definir la angustia que me acompaña al comprobar como todos sois capaces de contemplar vuestro cielo despejado.

Pero qué difícil es seguir el camino cuando lo único que te acompaña, la soledad, se encarga de asfixiarte a cada paso que intentas dar. Cuando enturbia tu mente bañándola con una locura casi adictiva, cuando convierte el amor en obsesión, los celos en ira… 

Y es esa locura la que cada día me pone a prueba llevándome a mi propio límite, donde todo pierde el sentido, donde el camino se estrecha hasta casi desaparecer. No hago más que dar vueltas sobre mi misma, intentando abrirme paso entre las sombras y aun así no logro ver nada. La desesperación empieza a invadirme y entonces alguien agarra con fuerza mi mano: es él, ha venido a sacarme de las tinieblas.

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