31 de marzo de 2012


Un ridículo pasado tan breve como la décima parte de mi vida. Así es como despierto cada día, con un martilleo que me lo recuerda nada más abrir los ojos. Meses de tinieblas se acumulan a mis espaldas, si, creo que hoy se sumará un día más. Y es que para qué volver la cabeza y mirar hacia atrás cuando lo único que alcanzas a ver son sombras, aquellas que me persiguen incluso mientras duermo. Sombras que entierran el camino que he recorrido durante mis veinte años, como si nunca hubiera dado un paso. Sombras que me alumbran con una tenue luz como la que entra por mi ventana, luz que se cuela a través de ese mar grisáceo de nubes que lleva años tapando el azul verdoso de mi cielo. Simples metáforas que no logran definir la angustia que me acompaña al comprobar como todos sois capaces de contemplar vuestro cielo despejado.

Pero qué difícil es seguir el camino cuando lo único que te acompaña, la soledad, se encarga de asfixiarte a cada paso que intentas dar. Cuando enturbia tu mente bañándola con una locura casi adictiva, cuando convierte el amor en obsesión, los celos en ira… 

Y es esa locura la que cada día me pone a prueba llevándome a mi propio límite, donde todo pierde el sentido, donde el camino se estrecha hasta casi desaparecer. No hago más que dar vueltas sobre mi misma, intentando abrirme paso entre las sombras y aun así no logro ver nada. La desesperación empieza a invadirme y entonces alguien agarra con fuerza mi mano: es él, ha venido a sacarme de las tinieblas.

24 de marzo de 2012



No eres lo que la gente cree que eres, ni siquiera eres lo que ves cuando te miras en el espejo. Solo tú conoces esa mirada que te observa detrás de cada reflejo. Una mirada repleta de temores, de inseguridades. Pero a nadie le importa, pues no son capaces de ver más allá de un simple rostro desaliñado. Dicen que nuestras acciones nos describen, no lo creo. Son los sentimientos, principales testigos, los únicos capaces de relatar hasta el más mínimo detalle de nuestro ser. Sensaciones e intuiciones que nos llevan por el borde de ese desfiladero al que llaman vida. Y eras tú el que caía por el precipicio cada mañana al levantarte de tu cama, el mismo que cada día lo escalaba sabiendo que volvería a caer a la mañana siguiente...
Ahora estás en ese sendero, erguido sobre el abismo, sobre el mundo, más al borde que nunca y seguro de que no podrías caerte ni aunque te empujaran. Miras al horizonte y por fin lo ves: el camino de tu vida. Una vida por la que andarás solo como tú quieras hacerlo, en la que solo existirán los límites que tú establezcas. Un camino definido por sentimientos más oscuros que la propia oscuridad en si misma, capaces de enterrarte como una tormenta de arena en medio del desierto, capaces de hacerte brillar con la luz más intensa, pero los únicos en los que debes confiar a lo largo de tu marcha. 


Adelante: vive, siente, SÉ.